domingo, 31 de marzo de 2013


A propósito del Domingo de resurrección, traemos de la mano del escritor florentino Giovanni Papini, una pequeña anécdota publicada en su libro " El espía del mundo" un año antes de morir, sobre un pintor errabundo, cuyo nombre no aparece en nuestros registros.






APARICIÓN DE JESÚS EN LA MAÑANA DE PASCUAS




Una mañana, años ha, estando solo en casa y sin ganas de escribir ni de leer, corríame de una ventana a otra para mirar, afuera, el cielo ceniciento y la intermitente llovizna. De pronto, tras las barras de hierro de la cancela, que está frente a mi estudio, entreví la figura de un hombre joven, con una especie de morral al hombro, y desde lejos me pareció un mendigo. Fui a abrirle; a las primeras palabras del desconocido, pronunciadas en un castellano un poco duro, advertí que me había equivocado. Era un joven un tanto malparado y mal vestido, con unos ojos castaños inquisidores, que podían ser los de un ratero o los de un novelista. Díjome al instante que era un pintor colombiano llegado a Europa con una beca de su gobierno, para completar sus estudios visitando nuestros museos y nuestras galerías. Se había detenido en Florencia para visitar los Uffizi y para verme a mí. Cuando hubimos entrado y nos sentamos uno frente a otro, extrajo de su morral dos envoltorios y unos papeles.


     Salí de Bogotá-  me dijo- con el propósito de llegarme hasta usted y traerle estos recuerdos de mi patria. He leído algunos libros suyos y no sé cómo pagar la deuda que con usted tengo contraída.


Papini en su estudio




Diciendo esto, sacó de uno de los envoltorios dos abanicos de paja fina recamados con lana roja y me dio uno:
-        Este otro es para la Señora.
Luego, uno tras otro me  fue entregando dos fotografías de boscajes colombianos, una cajetilla de cigarrillos llamados “Salvaje” y dos billetes del banco de su país, muy nuevecitos, pero de poco valor.
-        Elegí todo esto para usted, porque quiero que en la casa de mi escritor predilecto haya algo de mi patria.
Ofrecíle en cambio uno de mis libros, pero no quiso aceptarlo y me pidió un retrato con dedicatoria. Sólo entonces se me ocurrió preguntarle su nombre. Y me dejó estupefacto y conmovido en aquella mañana de Pascua al oír que me decía:
-        Jesús María Rivos.
En el día de la Resurrección de Cristo había venido a mí, desde la otra orilla del mundo, un hombre inesperado y desconocido que se llamaba Jesús, para traerme sus dones.


En Cuanto le di el retratito, me besó la mano y se marchó de prisa. Desde ese momento no he sabido más de él. Yo no uso aventadores, las vistas colombianas eran oscuras y  habían sido mal enfocadas, los cigarrillos bien merecían el nombre de salvaje, los billetes de banco no se pueden emplear en compra alguna,  pero yo conservo muy agradecido los humildes presentes que me brindó, la mañana de Pascua Florida, un artista errabundo que se llamaba Jesús.